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ÍNDICE

1. El neoliberalismo como horizonte epocal (breve caracterización)
2. La democracia en América Latina según Álvaro García Linera
3. Argentina en el concierto del realismo capitalista (Introducción)
4. Desafíos para las militancias populares de Argentina (40 años de democracia)
5. A modo de provisoria conclusión




1. El neoliberalismo como horizonte epocal (breve caracterización)

El neoliberalismo, según afirma el sociólogo William Davies, ha entrado en una especie de fase poshegemónica, en la que los sistemas y las rutinas de poder sobreviven, pero sin autoridad normativa o democrática. Puede considerarse que las nuevas formas de poder no están menguando sino que han abandonado la búsqueda de hegemonía. Desde esta perspectiva, el nuevo neoliberalismo podría pensarse como algo que “está muerto pero sigue siendo dominante”.
Si bien nos referimos a un sistema neoliberal, es importante distinguirlo en las distintas épocas que ha tenido para poder comprender cómo funciona en su fase actual.
Al hacer un repaso histórico, se puede encontrar un momento “combativo” del neoliberalismo, desde 1979 (aprox.) hasta la caída del Muro de Berlín en 1989. Esta primera década se caracterizó por la difusión neoliberal. La política económica implementada fue elaborada estableciendo como opción la cruda elección entre las economías de mercado y todo lo demás. Para este objetivo, fue necesario construir un enemigo claro: el socialismo. De esta manera, el neoliberalismo logró fusionarse como identidad política. La coherencia de esta fase solo se daba en oposición combativa al socialismo e incluía diversas tácticas dirigidas a debilitar la posibilidad de surgimiento del mismo. La orientación cultural e ideológica era la de demoler las sendas no capitalistas de esperanza política. Un rasgo económico distintivo que no podemos omitir porque marca profundamente esta primera etapa, es la acumulación de deuda pública.
Continuando con el recorrido histórico del neoliberalismo, se puede hallar una segunda fase de carácter normativo, que persiste durante casi dos décadas (1989-2008). Luego de su triunfo ideológico y de haber delimitado el camino a un único sistema político-económico, el proyecto de modernización debía demostrar que éste resultase “justo”. Por lo tanto, la motivación neoliberal se volvió constructivista, colocando a todas las esferas de la actividad humana bajo los criterios de la competencia. La tarea era garantizar que los “ganadores” fuesen claramente distinguibles de los “perdedores” y que el combate se percibiese como algo justo. Empieza a regir la famosa meritocracia, es decir, la idea de recompensa legítimamente ganada y no arbitrariamente heredada. El rasgo económico distintivo que no se puede ignorar de esta segunda etapa, es la acumulación de deuda privada.
Finalmente, se puede hablar de una fase punitiva del neoliberalismo que comienza en el 2008, a partir de la crisis financiera global. La transferencia de deudas bancarias a los estados contables públicos, inaugura este tercer momento neoliberal, en donde la dependencia económica y el fracaso moral se enredan en forma de deuda, produciendo una afección melancólica en la que gobiernos y sociedades liberan el odio y la violencia sobre miembros de su propia población. Al mismo tiempo, cuando la deuda se combina con la debilidad política, se convierte en una condición para aumentar el castigo, ya que se ha logrado una interiorización de la moralidad financiera, que produce la sensación de que “merecemos” sufrir por el crecimiento económico animado por el crédito. Los conflictos y los daños provocados por el neoliberalismo, avanzan hacia el área somática produciendo desánimo, estrés, angustia.
Esta tercera fase se caracteriza por el desconcierto de las medidas implementadas, que resultan paranoides y simplistas, pero además autodestructivas. A diferencia de la ofensiva contra el socialismo, los “enemigos” a los que ahora se dirige están en gran medida desprovistos de poder y se hallan dentro del propio sistema neoliberal.
La violencia que despliega esta fase punitiva se basa en la estrategia de “sistemas de confirmación”-en otras palabras, de “couchear” lo social-. Es decir, en lugar de formas de conocimiento críticas, se ofrecen formas de afirmación vacía, que preservan el status quo y evitan que se realicen preguntas sobre la naturaleza de la realidad.
Por todo esto, William Davies sostiene que el desarrollo capitalista mundial está confundido por su propio éxito: ha provocado una masiva sobrecapacidad de fabricación, con un exceso de producción, que reduce los beneficios, combinado con una enorme sobreoferta de mano de obra, que debilita los salarios y, por lo tanto, la demanda.
El neoliberalismo se ha vuelto increíble, pero eso se debe en parte a que es un sistema que ya no busca la legitimidad como la buscaba antes, mediante un cierto consenso cultural o normativo.
Esto, decíamos, como repaso breve del recorrido del neoliberalismo a nivel internacional. En la región, si bien Latinoamérica no es una isla dentro del sistema mundo global, los desarrollos del neoliberalismo fueron parecidos pero difieren en algunos períodos, que podríamos resumir bajo el siguiente esquema espacio-temporal:

*1973/ 1976- 2001 (Chile y Argentina): instauración de golpes militares en el marco del Plan Cóndor que introducen el neoliberalismo. En Argentina, la fase se completa y se hace más intensiva con el gobierno de Carlos Menem, con un período en el medio de luchas sociales y políticas que logran conquistas político-culturales (como el Juicio a las Juntas que hoy puede verse en la película Argentina 1985) y una discusión sobre el plan económico y la deuda externa (sobre todo la lucha sindical contra el gobierno del Alfonsín). Pero en lo esencial, la nueva democracia no discute el modelo económico de la dictadura. En Chile, en cambio, la continuidad fue incluso con los mismos nombres: Pinochet pasó de dictador a Senador vitalicio y su democracia fue mucho más condicionada y con menos victoria que la nuestra (recién en los últimos años, con la rebelión de 2019, se puso en discusión la constitución pinochetista, que así y todo, no pudo ser revertida porque la mitad de las y los chilenos votaron para no cambiar nada). Por todo esto Chile suele ser mencionado como país modelo por los centros de poder imperial.

*2000- 2005 (Argentina- Brasil- Uruguay- Bolivia- Venezuela…): el ciclo de revueltas contra el modelo neoliberal deriva en una oleada de gobiernos progresistas que, si bien no abrieron un camino que desandara del todo el neoliberalismo y abriera un tránsito hacia otro modelo económico posible, sí revirtieron algunos puntos fundamentales, a través de nacionalizaciones de sectores claves de la economía (sobre todo en Venezuela y Bolivia) y de políticas redistributivas que beneficiaron a los sectores sociales más castigados por los planes de ajuste. Hay quienes, con entusiasmo, llamaron a estos gobiernos como “post-neoliberales”, pero aquí preferimos ser más precavidos e insistir en que el neoliberalismo es una nueva fase de acumulación del capital global, y por lo tanto, está presente en las dinámicas del Estado y la sociedad más allá de que existan gobiernos que puedan tomar medidas en su contra, no pueden sin embargo desprenderse del lastre.


*2018- 2023 (Brasil, Argentina, Bolivia, Perú…): sólo para nombrar casos emblemáticos, la oleada empezó a tener su revés en países fundamentales para el continente, por su peso político e influencia para el resto. El triunfo de Bolsonaro en Brasil y de Macri en Argentina, sumado al golpe de Estado contra Evo Morales en Bolivia, marcaron un quiebre en la perspectiva del entusiasmo progresista. Si bien en menos de un año el MAS logró retomar el gobierno y las coaliciones que sostuvieron Bolsonaro y Macri perdieron el control del Estado, el condicionamiento que tienen hoy estos países es muy fuerte, sobre todo teniendo en cuenta que al clásico poder económico y mediáticos de las elites dominantes, ahora los proyectos reaccionarios logran cosechar amplios apoyos sociales, incluso entre los sectores trabajadores y más humildes del pueblo; apoyos que coexisten con una cada vez mayor presencia de sectores de una derecha más autoritaria y reaccionaria (las denominadas “nuevas derechas”, caracterizadas por analistas como “neo-fascistas”, discusión que no abordaremos, pero que recomendamos tener en cuenta. Para ello, anexamos dos textos publicados en enero de 2023 en la edición Cono Sur de Le Monde Diplomatique).


2. La democracia en América Latina según Álvaro García Linera

El concepto de democracia tiene irradiación y efecto de verdad social por estas dos cualidades: deslegitimación o legitimación y performatividad (capacidad de producir lo que enuncia). Lo que se entiende por “democracia” ha de tener una capacidad de producir efectos. Efectos de realidad en las personas. Si son más personas, en las instituciones. Y en la vida política de un país.
En ese sentido, no existe una definición de “democracia”. Hay muchas definiciones de democracia porque este concepto pertenece a un campo de luchas discursivas. Es resultante siempre de una correlación de fuerzas sobre cómo va a entenderse lo democrático. La concepción predominante de lo democrático hoy es distinta a la de hace diez, cincuenta, cien o dos mil años. Nadie puede decir “esta es la democracia” aunque todos buscan decir “esta es la verdadera democracia”. Si determinada definición prevalece es porque se ha impuesto a otras. Se trata de una imposición temporal, resultante de construcciones discursivas, de fuerzas institucionales y de procesos de sedimentación de los prejuicios o los hábitos políticos de una sociedad.

Años 80, 90 e inicio de la década de 2000 (en el mundo y en A.L): Democracia procedimental

La democracia es método de selección de élites mediante elecciones libres, competitivas, donde hay ciertos requisitos como la libertad de asociación, opinión y prensa. Pero lo fundamental es que es un método de selección de élites y, con eso, una forma de resolución de los conflictos que se dan en una sociedad.
El problema principal de esta definición es que es instrumentalista. Si la democracia es un instrumento para ciertos fines es pues una herramienta, un método y estos no tienen fundamentación moral. No se presenta como un valor social, sino como una herramienta para obtener el fin de elegir élites o resolver conflictos.
Entre los años 80 y 2000 lo democrático entendido como método competitivo de selección de élites queda articulado, engarzado con el régimen neoliberal y este encuentra en esta definición un espacio de legitimación política y cultural eficiente.
Entonces, en los años 80, 90 e inicios del siglo XXI la fuerza de esta definición minimalista y procedimental es también la fuerza expansiva e irradiante del neoliberalismo que comienza a imponerse en todos nuestros países. La fuerza de uno aumenta la fuerza del otro y viceversa. Ciertamente, para que esto suceda ha tenido que haber unas específicas características de la llamada “transición democrática”. América Latina había vivido en su conjunto un período largo de dictaduras militares. Entonces, la transición a la democracia está presidida por terribles derrotas políticas y militares de los proyectos de izquierda. En algunos casos, toda una generación liquidada, asesinada, exiliada, destruida físicamente. En otros casos, experiencias agotadas y fallidas de una izquierda que buscó plantear de otro modo lo democrático. En otros casos, como en el de Cuba, cercado, aislado por un terrible cordón de asfixia en torno a la experiencia y a su irradiación. La transición democrática se da en medio de un panorama de una izquierda o derrotada o agotada o aniquilada o marginada.
Estamos frente a la derrota de las propuestas alternativas que van a quedar invalidadas a partir de la caída del Muro de Berlín, el derrumbe de la Unión Soviética y de lo que ella de buena o mala manera representaba como ideal de algo distinto al capitalismo. Es el momento del vaciamiento de cursos de la historia diferentes o alternativos. Lo que queda de las izquierdas se atrincheran en sindicatos, universidades, centros de investigación, pero ya como fuerzas dispersas, en desbandada, a la defensiva. En medio de ello, esta transición democrática entra en el mundo entero y, en particular, en América Latina en medio de un triunfo de todo un consenso político y cultural que llamamos régimen neoliberal.
Son los tiempos de un fuerte corporativismo empresarial (los empresarios siempre actúan como cuerpo) y, por supuesto, un acelerado proceso (imaginado o real) de individuación de las personas mediante la lógica del emprendedurismo personal. Los empresarios quedan como corporación y el resto como individuos. Si estos tienen alguna demanda o preocupación la canalizan como cuerpo político a través de partidos políticos y elecciones.
Es el momento de la hegemonía política y cultural expansiva del neoliberalismo.
En el horizonte compartido de las élites, las diferencias son meramente de forma y de personalidad, no de objetivos ni de estructuras diferenciadas. Este horizonte compartido de las élites políticas dominantes, este debilitamiento y marginación de lo popular es lo que le dio los años de mayor preponderancia y dominancia de esta unión entre régimen neoliberal y democracia entendida en su versión minimalista y procedimental.

Inicio del siglo XXI en América Latina: Democracia sustantiva/ Democracia radical

Comienza un momento en que, en distintos lugares del continente, se da una apertura cognitiva de las clases subalternas, una apetencia de nuevas ideas y horizontes que les permitan imaginar y desear una mejora de sus condiciones de vida. En este escenario las clases populares comienzan a apropiarse de la democracia representativa a través de nuevas identidades y proyectos políticos.
A partir del siglo XXI, las clases plebeyas siguen concurriendo a las elecciones, pero apostando por nuevos proyectos, identidades y propuestas políticas que rompen con este consenso que había durado quince o veinte años. Se puede decir entonces que asistimos a un momento de democratización de la democracia o la emergencia de lo nacional-popular. Lo nacional-popular en acción.
¿Por qué creemos que lo nacional-popular es una democratización de la democracia? Porque hay un proceso de conversión de la fuerza asociativa (sindicatos, gremios, actores colectivos) en fuerza electoral.
No solamente victorias electorales por una vez sino recurrentes: elecciones, reelecciones, referéndums. Todo ello viene acompañado por una irrupción de sectores plebeyos en la construcción del espacio público. No solamente opinan, deciden, definen los que siempre lo habían hecho por herencia, apellido, acumulación de títulos o dinero, sino que comienzan a intervenir y proponer los que siempre estaban callados. En ese momento, cuando irrumpen sectores populares en el espacio público en torno a distintos temas como el salario, los derechos, las necesidades básicas, los recursos naturales y los derechos de las mujeres hay una ruptura de los monopolios. El viejo consenso se sustentaba en una monopolización del derecho a hablar, a decidir, a opinar, a proponer en unas élites endogámicas a lo largo de todo el continente.
Frente a este hecho de ruptura de monopolios estamos también ante un hecho de producción de igualdad: una igualdad política expansiva. Comienzan a producirse otras formas de igualdad en el reconocimiento, en la palabra, en el derecho a opinar e influir en la opinión pública que no sea estrictamente lo que estaba definido en el momento de las elecciones. Los partidos, los movimientos sociales, los sindicatos, las asambleas crean una nueva red tupida de opinión pública.
La irrupción de lo popular entre 2000 y 2010, no solo tensiona el régimen de competencia electoral sino que logra el reconocimiento de ellos (mujeres, indígenas, pobres, humildes, marginados). Hay un mayor reconocimiento de los que tienen derecho a intervenir o a ser reconocidos en la intervención de los asuntos que competen a todos.
Esta democracia sustantiva tiene dos componentes. Uno, el reclamo o la convocatoria a una recurrente participación social en la producción del espacio público. Dos, la igualdad como un hecho expansivo.
¿Qué es lo público? Eso es parte del debate de esta democracia expansiva que coloca ciertos bienes como objeto de redefinición. Es decir, si han de ser privados o públicos.
A su modo, el continente latinoamericano ha inaugurado una nueva manera de entender lo democrático. No sin contradicciones y debilidades, pero se trata de una manera diferenciada de proponer la democracia entendida como irrupción en el espacio público e igualdad. Una igualdad que se irradia hacia la economía de un país.
No hay horizonte compartido entre lo plebeyo y las élites sobre qué se debe entender sobre la economía, la democracia, el derecho y la propiedad.
¡Qué interesante! La democracia sustantiva no es que se contrapone a la democracia minimalista o procesual, lo que hace es subsumirla. Se la jala. Ha de haber renovación de élites de manera competitiva, pero va más allá. Se crean nuevos espacios de lo público y de igualdad. Además, modifica el régimen de los bienes comunes. En ese sentido, esta emergencia discursiva, práctica y cada vez más procesada intelectualmente se presenta como más poderosa porque ha tenido la capacidad, no solamente de antagonizar con la mirada minimalista, sino de fagocitarla, subsumirla y, por lo tanto, ampliarla. La democracia entendida como hecho electoral es un prejuicio, un valor común y un hábito interiorizado por las personas, pero ha sido desbordado e irradiado a otros aspectos de la construcción de lo político, el espacio público y de bienes comunes y la distribución de la riqueza.

Segunda década del siglo XXI: “Democracias de contención” de las élites tradicionales/ Democracias como estorbo (Como respuestas reaccionarias)

Es un intento de “desdemocratización” de las sociedades (porque hay demasiada democracia para la plebe).
Se va dando un proceso gradual de fascistización cultural de ciertos sectores sociales, fundamentalmente de las clases medias tradicionales.
El renacimiento de la xenofobia, el antifeminismo, el racismo, el salvacionismo religioso ante las injusticias y el malestar, la demanda de mano dura y el discurso del odio y la venganza. Es un neoliberalismo enfurecido que se presenta ya no portador de una convocatoria a todos sino de una convocatoria.
Junto con esta democracia de contención, en los casos extremos, surge una lógica de la democracia como estorbo. Entonces ahí tenemos los golpes de estado blandos, el lawfare, los golpes de Estado clásicos que comienzan a experimentarse de distinta manera. A lo largo del continente, en los últimos diez años, ya sea bajo la forma de democracia de contención o de democracia como estorbo, se han ensayado estas prácticas. El retroceso en Honduras, Paraguay, Bolivia, Brasil y en distintos países se dio como formas puntales de la activación de esta manera de respuesta y de intento de contener esta nueva manera de conceptualizar, procesar y ejercer la democracia.
Cuando ya asistimos a la democracia como estorbo donde se ensayan formas de golpe de Estado y judicial, lo que vemos es un divorcio entre las lógicas del libre mercado y las formas democráticas aun en su vertiente minimalista y procedimental.

Actualidad


Estamos en tiempos de un neoliberalismo crepuscular, cada vez más atrincherado, intentando navegar en medio de contradicciones y sin la fuerza de irradiación ni el entusiasmo con el que había capturado las expectativas de la sociedad años atrás. Es en ese mar de confusiones donde intenta sobrevivir este neoliberalismo que, temporalmente (no definitivamente), no encuentra salida.
Es un momento de estupor hegemónico. Nadie puede definir cuál es el porvenir de las sociedades. Esta es la cualidad del momento histórico, una incertidumbre estratégica y un estupor hegemónico en medio del cual comienzan a abrirse distintas propuestas.
Lo interesante es que es un momento en el que la bandera democrática forma parte de las fuerzas de transformación social populares. Es una buena apuesta. Sobre esa bandera de lo democrático, la posibilidad de irradiar, ampliar y llevar la democracia a otros ámbitos, no solamente de lo electoral, sino de la política, la opinión pública, la información, el reconocimiento, la economía, la propiedad, la riqueza, las oportunidades, etc. En ese ámbito las fuerzas populares, de izquierda y progresistas tienen una buena posibilidad de convertir su presencia intersticial y dificultosa en algo más irradiante.


3. Argentina en el concierto del realismo capitalista (Introducción)

Parece quedar cada vez más claro que, en el nuevo orden mundial del capitalismo neoliberal, las posibilidades de encontrar alguna solución para cada país (sobre todo en Latinoamérica) dependen de la conformación de un bloque regional, y del desenvolvimiento de la dinámica internacional. De allí la importancia de recuperar ese latinoamericanismo tan típico del ciclo anterior de gobiernos progresistas de inicios del siglo XX, pero también, tan presente en la tradición de las militancias anti-imperialistas del siglo XX e, incluso, en los patriotas que nos liberaron del yugo colonialista en el siglo XIX.
La capacidad de ampliar nuestra imaginación histórica para quebrar la lógica del realismo capitalista (la era en la que parece más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo), de todos modos, estará íntimamente ligada a la posibilidad de llevar adelante algunas experiencias en los países de nuestro continente y, en este sentido, la tradición nacional-popular ha mostrado también en lo que va del siglo XXI ser la que cuenta con mayor capacidad de ejercer contrapoderes que bloqueen el avance neoliberal, en términos de proyectos y programas de gobierno, aunque no en tanto lógica que se encuentra presente en el Estado y en la sociedad.
De allí que no resulte menor el modo en que se conforme el mapa de gobiernos en la región en los próximos años, tanto a nivel de procesos que logren sostenerse (Chile, Bolivia, Venezuela, Argentina) como de otros que puedan obtener victorias electorales ante sus adversarios (como en Brasil recientemente). En ese concierto regional (por tradición, por acumulación de fuerzas, por referencias hacia otros procesos), la Argentina debe poder asumir la cuota de responsabilidad que le corresponde, ya no sólo hacia quienes cada día la sostienen con el esfuerzo de su trabajo al interior de sus fronteras, sino hacia el resto de los pueblos hermanos.
Recuperar iniciativa en proyectos como el MERCOSUR y la CELAC, pero también, respecto a la gestación de un nuevo internacionalismo de los pueblos, será fundamental, para asumir en términos prácticos que las estrategias de construcción militante en cada país no es ajena al intercambio por abajo que pueda hacerse con organizaciones que estén llevando adelante la lucha en otras tierras (fundamental en ese sentido ha sido el reciente lanzamiento, en enero de 2023, de la CELAC Social).
Los dos años de pandemia mundial por el COVID 19, el proceso permanentemente ascendente de China en la nueva geopolítica mundial y la invasión rusa a Ucrania reconfiguraron el mapa planetario hacia una perspectiva conflictiva de multipolaridad. De todos modos, sugerimos no analizar ese escenario (el contrapeso ruso-chino a Estados Unidos), con las anteojeras del siglo XX: ni el gobierno de Putin ni el Partido Comunista Chino expresan hoy por hoy nada que tenga que ver con proyectos populares emancipatorios, aunque resulte auspicioso para Nuestra América el vínculo económico y comercial con estos países.
Particularmente en Argentina, la deuda externa funciona como un condicionante profundo respecto de las posibilidades de desarrollo nacional autónomo. Por eso el modo en que se resuelva nuestro vínculo con el FMI en los próximos tiempos, marcará en gran medida el rumbo de los años por venir.


4. Desafíos para las militancias populares de Argentina (40 años de democracia)

Nuestra patria atraviesa profundas injusticias en la actualidad, producto de la profundización de la pobreza tras la pandemia y los cuatro años anteriores de macrismo, pero también, de las cuatro décadas de este proceso que podemos caracterizar como “democracia de la derrota”, “democracia de la desigualdad”. Lo cierto es que más allá de haber borrado del horizonte el fantasma de posibles golpes militares (con el consecuente dramatismo que conlleva esa situación, sobre todo luego de una experiencia traumática como la vivienciada entre 1976 y 1983 –genocidio de por medio-, con miles de presos, exiliados y 30.000 personas detenidas-desaparecidas, incluyendo a sus hijos bebés que aún no han sido del todo recuperados por sus legítimos familiares) este proceso democrático no modificó la estructura económica heredada de la última dictadura.
Así y todo, y más allá de sus insuficiencias, la democrática parece ser la vía por la cual han transitado hasta ahora, al menos, todos los procesos populares que vienen pujando por cambios en dirección de mayor justicia social y soberanía nacional, como han sido los de Venezuela y Bolivia, así como los denominados gobiernos progresistas del cono sur (Argentina, Brasil, Uruguay). Por eso el 40 aniversario del “retorno de la democracia” requieren de una valoración por parte de las militancias populares, pero también de una disputa de sus sentidos, de una puesta en debate sobre la política democrática que pretendemos para el país que queremos.
Sabemos: las correlaciones de fuerzas no son estáticas sino dinámicas, y más allá de que hoy asumamos un panorama sombrío, en el que la oposición al gobierno parece provenir más por derecha que por izquierda, pensamos que es posible avanzar en un sentido popular en los tiempos por venir. Pera ello habrá que poner en juego toda nuestra creatividad y salirnos de los lugares conocidos, para arriesgar hacia una apuesta por construir una agenda propia y salir a discutirla ya no con quienes asisten a nuestros espacios de organización, sino con las amplias masas de vecinxs, compañerxs de trabajo, de estudio, amistades.
El archivo de luchas con el que contamos como pueblo (herramientas y saberes disponibles por tradición e historias pasadas), nos habilitan a pensar un desafío para trabajar con las nuevas generaciones de militancia: combatir la lógica neoliberal de la instantaneidad, del minuto a minuto, de la fragmentación y la idea de que la historia empieza cuando llegamos o nos sumamos a un proceso, para recuperar antiguos saberes (que necesitan, obviamente, ser reprocesados en un mundo que ha cambiado demasiado).
Pujar en las calles –con movilizaciones de masas– para que el proceso en curso no derive en una frustración generalizada ante la cual nuestro pueblo saque como conclusión que el peronismo es incapaz de dar respuestas ante las nuevas realidades, será fundamental para evitar quizás no un proceso de avance, pero sí de retroceso estructural y generalizado (como aconteció en los noventa con el menemato). Saber defender lo conquistado e ir por más (en un ir por más tanto defensivo –bloqueo electoral a la derecha– como ofensivo –avance en medidas concretas de justicia social–), será entones de vital importancia en los meses por venir.
Apoyo y disputa de sentidos por lo que hay que hacer desde el gobierno hoy en la Argentina se torna asimismo fundamental. Apoyo que no sea un permanente festejo obsecuente, ni obediencia debida, ni falta de perspectiva crítica, pero tampoco infantilismo que no tome en cuenta cada coyuntura, cada situación, y que no asuma que la suerte de ser parte de este proceso hoy, está atada a la suerte de que este gobierno termine su mandato en las mejores condiciones posibles.



A modo de provisoria conclusión

Una característica de este año, seguramente, será la de la reivindicación del “retorno de la democracia” por parte de casi todo el arco político argentino. Cuando aquí hicimos referencia a la “democracia de la derrota” que rige los destinos del país desde diciembre de 1984, lo que queremos poner en discusión es lo que pasó antes del denominado Proceso de Reorganización Nacional que se impuso a sangre y fuego desde el 24 de marzo de 1976. Pensar esta democracia como “retorno” es penar que la última dictadura estuvo en el medio de una democracia que se interrumpió y luego continuó, cuando en verdad, el genocidio vino a estructurar el país sobre nuevas bases. Una de ellas fue la de borrar del horizonte de nuestro pueblo la perspectiva de revolución.
El ciclo de auge en la lucha de masas que abre el Cordobazo en mayo de 1969 no puso en el centro de la escena la cuestión de la democracia (que desde 1955 venía siendo profundamente avasallada por golpes de Estado y proscripción del peronismo), sino la idea de que para terminar con los males de la Argentina había que protagonizar un proceso revolucionario que condujera al socialismo. En esto coincidía la izquierda y el peronismo revolucionario, aunque también gran parte del otro peronismo, que tenía que adaptar su discurso a los apoyos del mismo Perón a esta perspectiva, durante mucho tiempo (trasvasamiento generacional del justicialismo y socialismo nacional). Eso vino a cortar la Junta de Comandantes del 76 (y antes el accionar terrorista de la Triple A y el “Operativo Independencia” del Ejército durante el gobierno de Isabel). Por eso el 83 no viene a “recuperar la democracia” sino a instalar una donde la desigualdad social se da como un hecho incuestionable y donde la perspectiva revolucionaria se borra del horizonte (luego del efecto pedagógico del terror: “mira como terminaron quienes quisieron hacer la revolución).
¿Cómo pensar entonces el peroninismo hoy? El peronismo luego de la incorporación de nuevas agendas tras el kirchnerismos, pero también, el peronismo tras el neoliberalismo menemista y la caída del muro de Berlín que enterró la propuesta del socialismo a los basureros de la historia. Las fechas casi coinciden: el derrumbe de los “socialismos reales” y el derrumbe de la experiencia nacional-popular más importante del siglo XX se produce en 1989.
Ni el progresismo kirchnerista ni el “socialismo del siglo XXI” promovido en vida de Chávez en el marco de la Revolución Bolivariana de Venezuela lograron torcer la dirección de entierro de la perspectiva revolucionaria que caracteriza lo que va de este siglo, y eso que América Latina supo constituirse en el laboratorio de experimentación política más importante de las últimas décadas.
Claro que, como decía Mao Tse Tung, se aprende el arte de la guerra en el proceso mismo de ser parte de la guerra. Y ese proceso ha implicado siempre una práctica integral, es decir, actividades de trabajo manual, de combate en la lucha de clases, de estudio, de reflexión, de discusión, de planificación (y su correspondiente evaluación).
Una de las grandes derrotas para los sectores populares que nos dejó la gran represión de mediados de los años setenta fue la discusión (y lo que es peor, la vocación) en torno al poder. Y como se sabe, no hay conocimiento en torno al poder (de las clases dominantes pero también del propio poder que vamos construyendo como pueblo), sin elaboración teórica. Obvio, toda elaboración teórico-crítica implica ser parte de una práctica transformadora.
La última dictadura, en gran medida, nos deja un país en el que la intelectualidad se encierra cada vez más en las carreras académicas fuertemente tomadas, ellas también, por los valores neoliberales, y militancias cada vez más volcadas a una práctica social muy ligada a las tareas de sobreviviencia (Tierra- Techo- Trabajo).
Pero para realizar el pasaje de un tipo de organización que habla fundamentalmente desde un sector, sobre la realidad de ese sector (aunque sea mayoritario), a un tipo de organización que construye y viene a hablar de la nación entera (y su refundación desde una perspectiva específica, que sería el punto de vista popular sobre la nación), hace falta no sólo contar con organización territorial, capacidad de movilización de masas, militancias y algunos cuadros con capacidad de dirección y de intervención específica en áreas puntuales (los llamados “cuadros técnicos”) sino también un tipo de organización que pueda mostrar hacia afuera lo que construye puertas adentro; que pueda interpelar a otros sectores. Sectores de clase, como los laburantes que se sienten descontentos con el tipo de organización sindical que no siempre da respuestas a las inquietudes de sus bases; pero también otros sectores que en nuestro país han jugado roles fundamentales a la hora de definir el humor social, como son los sectores medios (artistas, intelectuales, profesionales, juventudes y docentes de universidades nacionales, cineastas, programadores, periodistas, escritores, etc).
Esa estrategia integral de intervención implicaría que, desde el sector más dinámico (la economía popular), se debería poder interpelar a los otros sectores. Interpelarlos a niveles de masas, no de agrupaciones militantes. Y para ello se requiere construir niveles de organización más sólida, y caracterizaciones más precisas de cada situación.
La etapa política que atravesamos muestra una sociedad fuertemente dividida, en la que la derecha neoliberal cosecha profundas simpatías y caudal de votos en una elección y otro gran porcentaje de la sociedad (por ahora mayoritario), que apela a una cierta memoria y a un determinado sentido común para entender que, más allá de disgustos y diferencias, el resquebrajamiento de una experiencia como la del Frente de Todos nos puede conducir simplemente a la catástrofe. De allí la estrategia de sostenimiento de la unidad y de las búsquedas por ganar tiempo para encontrarnos en mejores condiciones para cambiar la correlación adversa de fuerzas. Pero como decía Juan Domingo Perón, la política aborrece del vacío.
De allí que, si los Movimientos Populares no logramos construir nuestra voz política, otros seguirán hablando por nosotros, en el mejor de los casos, cuando no ignorándonos en términos políticos para sólo tenernos en cuenta como actor social. Ese proceso, a su vez, corre el riesgo de que, la búsqueda por ganar tiempo, nos conduzca a la resignación, pensando que nos estamos preparando para tiempos mejores que nunca llegan, mientras dejamos de denunciar los males actuales que nos aquejan.
Una estrategia popular para la nueva etapa seguramente implicará llevar adelante una serie de forzamientos de las prácticas a las que estamos acostumbrados. No un abandono ni una simple sumatoria de tareas, sino un cambio en las formas de abordarlas.
En ese proceso, la formación de cuadros, la planificación y cierta tendencia al trabajo más ordenado y unificado, serán pre-requisito indispensable para poder avanzar. Y por supuesto, nos dejará en mejores condiciones para resistir si el proceso retrocede.
La transición no durará para siempre y dependerá también de lo que hagamos cual sea su desenlace.
El gran desafío entonces es cualificar las fuerzas populares para el proceso que se viene.