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(Serie: Cajetillas y descamisados)
Mariano Pacheco, Director del Instituto Generosa Frattasi

¿Por qué el peronismo provocaba tanto odio? ¿Por qué enfurecía de ese modo en el que lo hizo?

El acceso a una cantidad de derechos sociales, laborales, económicos, políticos y culturales  provocó una fuerte reacción de los sectores más conservadores de la sociedad argentina (y puso en posiciones reaccionarias a buen parte de las izquierdas autóctonas). Escritores como Jorge Luis Borges vivieron esta nueva Argentina como una pesadilla, y esa mirada se expresó en algunos de sus textos.

 Así como el peronismo pudo significar el sueño de los humillados y ofendidos por la Argentina oligárquica, para otros, el peronismo se convirtió en una especie de reverso de ese sueño, es decir, fue vivido como una pesadilla. Por eso Jorge Luis Borges, que comparte este juicio, narra su cuento “El simulacro” como una alucinación: voluntad estética de realización, que es el correlativo de su juicio político. Caracterización del peronismo como irreal que llevará a Borges a recrear, en su texto, el mismísimo velorio de Evita. Imitación, en un rincón remoto de la provincia de Chaco, del evento real que aconteció en Buenos Aires. Tal vez por esa mirada estético-política el narrador se pregunte:

“¿Qué suerte de hombre ideó y ejecutó esa fúnebre farsa? ¿Un fanático, un triste, un alucinado o un impostor y un cínico? ¿Creía ser Perón al representar su doliente papel de viudo macabro?”

La respuesta, como el lector se podrá imaginar, es más terrible que la pregunta:

“La historia es increíble pero ocurrió y acaso no una vez sino muchas, con distintos actores y con diferencias locales. En ella está la cifra perfecta de una época irreal y es como el reflejo de un sueño o como aquel drama en el drama, que se ve en Hamlet. El enlutado no era Perón y la muñeca rubia no era la mujer Eva Duarte, pero tampoco Perón era Perón ni Eva era Eva sino desconocidos o anónimos (cuyo nombre secreto y cuyo rostro verdadero ignoramos) que figuraron, para el crédulo amor de los arrabales, una crasa mitología”.

Es decir, el peronismo no es para Borges más que el retorno de las lanzas y los cuchillos que asesinaron a Laprida. La barbarie que regresa para mostrar que a pesar de esa fachada de modernidad, de europeísmo, la culta Buenos Aires lleva en sus entrañas a los cabecitas negras, las sirvientas despechadas, esos inmigrantes y provincianos incultos que ahora pueblan las fábricas, los barrios cercanos a la Gran Capital y que, para colmo, cuentan con poderosos sindicatos, que cuentan a su vez con el visto bueno de un Estado dirigido por otro bárbaro descendiente de esos gauchos.